Con el E3 a la vuelta de la esquina, los medios están ávidos de filtrar cualquier noticia jugosa sobre cómo las empresas fabricantes de videoconsolas van a desvelar lo que será la primera íntergeneración de consolas de sobremesa.
Cuando se anunciaron la Playstation 3 y la Xbox 360, los componentes de estás eran tan buenos como un ordenador dedicado a los videojuegos, aunque no hay que olvidar el elevado precio al que salieron. Sin embargo, cuando PS4 hizo su aparición en el E3 del 2013 con un precio base de 400$, ya se dijo que esta generación sería irremediablemente más corta que las anteriores -PS3 duró 9 años y a día de hoy sigue recibiendo títulos al igual que Xbox 360-. Esto se debe a que la electrónica de consumo avanza a pasos agigantados y que cada año, las novedades en procesadores y memorias hacen que bajen los precios de las generaciones anteriores y que se avance en términos de potencia.
Es lógico plantearse un futuro próximo en el que las consolas se actualicen tanto como un smartphone -un iPhone por poner un caso-. Son dispositivos que parten de un precio de media dos veces al de una consola y que son reemplazados cada tres años por uno de la generación siguiente. ¿Por qué una consola iba a ser diferente en este aspecto?
Por una sencilla razón: las consolas, hasta ahora, no habían funcionado así.
El terreno de actualizar tu sistema de juegos era un espacio exclusivo del PC en el que las piezas, las tarjetas gráficas, los sistemas de refrigeración, ventiladores, placas bases, etc; se cambiaban en función de a cuánta potencia querías jugar ese Rise of The Tomb Raider. ¿Quieres jugarlo en Ultra? Entonces tendrás que comprar la gráfica 980, por poner un caso.
Pero ha llegado un momento en el que Microsoft y Sony se han fijado en el iPhone y en los teléfonos de Samsung, que renuevan sus terminales con cada temporada, y han pensado: ¿porqué no cambiamos el ciclo de renovación de las consolas? Y así van a hacer con PS4 Neo y la siguiente Xbox One.5 o como quiera llamarse.
La actual generación nos prometió resoluciones de 1080p y 60fps estables que ha demostrado no poder cumplir debido a una arquitectura y a una gráfica insuficiente para este fin. Sin embargo, ahora nos quieren prometer las 4K, y para ello renovarán sus procesadores y con ello sus líneas de consolas.
No será una renovación al estilo Slim al que estábamos acostumbrados: el modelo de Playstation 2 gordito y el slim solo se diferenciaban por el tamaño, al igual que el primer modelo de PlayStation 3 y sus revisiones. Jamás cambiaron la arquitectura ni sus procesadores.
Los fabricantes de videoconsolas tenían dos opciones: mirar hacía el lado de los PCs y cambiar modularmente los componentes de sus máquinas o mirar hacía el lado de los fabricantes de móviles, un mercado que anualmente lanza un modelo nuevo con mejoras dudosamente atractivas.
En medio de esta batalla se encuentra Nintendo, la compañía japonesa que ha optado ir por libre respecto a los ciclos y lanzar las videoconsolas cuando ellos creen conveniente.
La compañía de Kyoto ha anunciado una nueva actualización de Wii U, pero no será una consola intergenarcional, sino algo diferente, una generación completamente nueva.
Pero, no olvidemos que bajo el mandato del anterior presidente, Satoru Iwata, lanzaron el primer modelo intergenarcional de consola con New Nintendo 3DS que modificaba el procesador haciéndolo más eficaz y rápido. Este nuevo procesador sí que haría que algunos juegos fueran exclusivos para esta revisión del modelo que en la realidad se ha traducido solo como dos títulos en un año y medio que lleva en el mercado — Xenoblade Chronicles 3D y Bliding of Isaac-.
Los juegos móviles
Sin embargo, estos vertiginosos ciclos de renovación tecnológica afectan directamente a los desarrolladores de juegos para móviles que deben adaptar sus juegos a los sistemas operativos que tengan una mayor cuota de mercado.
Es el sistema operativo el que limita la evolución y el desarrollo de los videojuegos en los móviles en lugar de serlo el propio dispositivo de hardware
Muchos móviles cuentan ya con mejores elementos que las propias consolas portátiles, y los jóvenes, parecen preferir estos antes que los dispositivos dedicados.
Es lógico pensar que en un futuro no muy lejano, jugaremos a juegos desde el móvil proyectándolos en nuestras Oculus Rift o en nuestras televisiones inteligentes, y por lo tanto, las consolas no quieren quedarse atrás. No pueden permitirse pasar una generación completa con un hardware de hace diez años cuando los teléfonos móviles avanzan a pasos de gigante ofreciendo gráficos cada vez más espectaculares en sus pantallas OLED.
La guerra entre fabricantes y usuarios
Sin embargo, los avances tecnológicos de consumo vienen dados por la aceptación de los compradores. Si los consumidores adquieren estas tecnologías, entonces las empresas se reforzarán en la idea de que la batalla por el ocio viene dada por la potencia gráfica. En cambio, si los jugadores no compramos estas nuevas máquinas, las inversiones en i+D no serán rentables para las empresas y por lo tanto las evoluciones generacionales serán más lentas.
No estoy en contra de la evolución ni de los saltos generacionales en las consolas, sin embargo, sí lo estoy de la obsolescencia apresurada que las marcas quieren forzar. Si algo positivo tiene una videoconsola más allá de la simplicidad, era hasta ahora la seguridad de que el sistema seguiría teniendo contenido actualizado durante casi una década. Sin embargo, esto ya no es así.
A partir del 12 de junio saldremos de dudas cuando Microsoft y Sony anuncien lo que llevan tejiendo durante este último año con motivo de sus PS4K, Neo o 4.5 y Xbox One, Two o como quiera llamarse.