La polifacética artista es lo mejor de una película entretenida, pero excesivamente narrativa.
Filias y fobias aparte, ‘House of Gucci’ es uno de los grandes estrenos de este año. Tras el tímido 2020 que sufrió las consecuencias de los cines cerrados, provocando que las grandes cintas fueran directas a streaming, estamos viviendo unos meses intensos con películas como ‘Dune’, ‘Last night in Soho’, la inminente ‘West Side Story’ o esta que nos atañe.
Tras ver los primeros avances con proliferación de pelucas y maquillajes excesivos (no lo decimos por Lady Gaga, sino por la prótesis chanante de Jared Leto), esperábamos un mayor circo del que Ridley Scott nos ha servido. Una historia sobre una de las familias más históricas, caóticas y operísticas pedía a gritos mayor ritmo y, por qué no decirlo, más “italianidad”. Ambientada y rodada en Milán y otros parajes del país transalpino, verla en inglés y con estrellas de Hollywood (Adam Driver o Jeremy Irons) en ocasiones se tornaba raro.
La ‘House of Gucci’ de Ridley Scott apenas se muestra más inspirada que su anterior ‘All the money in the world’. Es más, en ocasiones parecen películas gemelas. La literalidad de la narración solo se rompe con las explosiones pop de la banda sonora (de repente suena George Michael y el cuerpo te pide bailar, pero la película te vuelve a sentar). Y aunque hay determinados planos que parecen homenajear a ‘El Padrino’ (como si Ridley quisiera rendir tributo el hecho de contar con Al Pacino), la historia nunca acaba de volar.
Quién si lo hace, y durante todo el metraje, es su protagonista. Lady Gaga cambia la naturalidad con la que se escondió en ‘A star is born’ para interpretar lo que el mainstream espera de una mujer italiana de la época. Afortunadamente, la diva rebaja el cliché y nunca lo desata, midiendo muy bien una actuación del método, pero nada histriónica. Será raro no verla entre las cinco nominadas a mejor actriz en los próximos Oscars.