El “cringe” de Coney Island

El sábado pasado fui con mi amiga Guada a Coney Island con el objetivo de ir a hacer algunas fotos con el iPhone XR y poner a prueba la cámara para la serie de vídeos “Fotografía con el iPhone” que llevo haciendo desde hace unos meses. Y decidimos ir a uno de los sitios más pintorescos de Nueva York: Coney Island.
Decir que Coney Island es “pintoresco” es un eufemismo de “cringe”. El sitio es extraño, decadente y encantador al mismo tiempo.

La estación de metro en la que nos bajamos estaba a unos 15 minutos andando de Luna Park, justo en el barrio Ruso de Coney Island y nada más llegar no había nada a excepción de viviendas bastante normales y unas vistas a la playa.
Esta zona de la isla ha recibido diferentes modificaciones sociales para poder acoger a las clases más bajas de Nueva York durante años, y el parque Luna que en otra época fue un símbolo de esplendor de la ciudad, fue durante muchos años un lugar muy inhóspito pero que desde el 2010 ha intentado modificar su imagen reabriendo sus puertas como un “parque de atracciones vintage”.

Si has estado en Las Vegas, la calle de Fremont recuerda bastante a este parque: colorido, estrambótico y decadente. Sin embargo una cosa que diferencia al parque de Coney Island de esa calle de Las Vegas es el encanto. Mientras que Luna Park aún conserva ese halo de querer conservar un espíritu bonito, de intentar recuperarse; Fremont parece que ha terminado abrazando la dejadez y la ha tomado como su bandera.
Ambos lugares tienen niveles elevados de “cringe”, como si fuera un baremo que se pudiera medir.

La entrada al parque es gratuita, sin embargo si quieres montar en las diferentes atracciones que tiene ahí es cuando debes pagar 10$ por cabeza para poder dar unas cuantas vueltas. O también puedes comprar un bono para montar en todas las atracciones al menos una vez por algo más de dinero. Solo estábamos interesados en la noria, que resultó ser una de las experiencias más aterradoras y ridículas que he tenido. Aterradora porque me dan miedo las alturas y había olvidado eso, hasta tal punto que seguí grabando con la cámara como si se de un documental se tratara mis reacciones al miedo -y de ahí la experiencia ridícula-. Al fin y al cabo todos tenemos un poquito de “cringe” en nuestro interior.

Mi amiga Guada me estuvo enseñando cómo hacer mejores fotografías de Street Photography con la cámara del iPhone XR, a fin de cuentas ella está con una beca Fullbright en Parsons donde comenzó un master de fotografía callejera. Es decir, si alguien podía enseñarme a cómo hacer mejores fotos con el iPhone, ese alguien era ella. Durante las 5 horas que estuvimos recorriendo de arriba a abajo Luna Park me dio una clase magistral sobre cómo romper la regla de los tercios colocando un sujeto en el centro de la fotografía; o como al fotografiar un graffiti es ideal contar con una persona (uno mismo o una persona que pase) para poder entender la dimensión de la obra.

Al fin y al cabo la fotografía callejera se trata en enmarcar cómo nosotros vemos la ciudad y cómo interactuamos con ella. Es una forma de inmortalizar elementos que en unos años pueden llegar a desparacer como los neones o las pintadas.

Probablemente nos encontrábamos en el mejor escenario para hacer el vídeo de “Fotografía callejera con el iPhone” porque el lugar no solo era variopinto, sino que tenía en cada esquina esos colores vivos de los circos de antes, de las casetas de tiro y del algodón de azúcar.
Es como esas ferias de pueblo, solo que ésta se encontraba atascada en algún lugar de 1910.

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