Eran las 10 am del sábado y mi agenda estaba completamente vacía. Ya había ido a entrenar para recuperar esos días que había pasado en Madrid sin moverme. Y ahí estaba, sin ningún evento en la agenda y con Nueva York como marco.
Le pegunté a Eloy si le apetecía ir a Williamsburg para pasar el día y dijo que sí. Como no teníamos rumbo ni plan y quería tomarme el día libre para coger fuerzas por todo lo que estaba por venir en Los Ángeles solo me llevé el iPhone XR para hacer alguna foto que quedase para el álbum familiar.
No tenía ninguna pretensión de hacer una ruta fotográfica por Williamsburg, ni sacar ningún contenido en forma vídeo o artículo como estoy haciendo ahora; pero después de ver aquello y capturarlo con la cámara del teléfono me apetecía compartirlo.
Williamsburg es un barrio dentro de Brooklyn, una de las zonas más jóvenes de Nueva York donde el arte callejero se mezcla con tiendas bonitas donde puedes comprar prácticamente cualquier cosa, hay pop-ups y hipsters donde mires. Es ese barrio bohemio en el que todo el mundo quiere vivir y que tiene unas vistas de Manhattan que quitan el hipo.
Nada más bajarnos del tren en la línea M nuestras tripas empezaron a rugir y nos lanzamos a la aventura para descubrir un sitio que nos gustara y terminamos en un pequeño izakaya comiendo pollo teriyaki con verduras.
La zona de Williamsburg es un entramado de calles donde la principal, Bedford Ave, y es la que está llena de turistas intentando encontrar ese Nueva York más alternativo, sin embargo los graffitis hechos por artistas callejeros están en las aceras perpendiculares, en esos huecos a los que los turistas no van. Y los graffiti que ves en las calles principales son carteles publicitarios que intentan lograr ese aire underground y retro pintándose encima de las fachadas de edificios.
Alrededor de las 3 de la tarde era una hora perfecta para captar el sol cortando los edificios y poner a prueba el HDR+ de la cámara del iPhone XR. Hasta ahora, las cámaras de los teléfonos habían fallado a la hora de crear una imagen que combinara zonas oscuras y zonas claras sin sobre-exponer las claras.
Había probado la cámara del iPhone XR cuando hice la “review” en en diciembre, sin embargo me coincidieron muchos días de nubes y pocos de sol y esto para mi era todo un experimento, además que el marco de la ciudad pedía a gritos ser fotografiada.
Cada pequeña tienda, restaurante, bar o deli busca destacar en medio de un montón de locales con personalidad y lo hacen decorando sus fachadas de la mejor forma que se les ocurre. Esto crea una sensación de “ciudad para vivir” donde cada esquina quiere una fotografía o simplemente llamar la atención de los vecinos.
Subiendo Bedford Ave y tomando pequeñas desviaciones por N 5th o Nicholas Polonski cuando te llama la atención algún color que encuentras llegas hasta al norte de Williamsburg, alejado de la zona comercial pero con graffitis muy interesantes.
Volviendo a retomar la ruta habitual los anuncios de marcas de moda y próximos conciertos en la zona de Brooklyn intentaban mezclarse en el lenguaje visual del barrio. Los pintores estaban subidos en andamios para replicar el dibujo que les habían encargado pero en una pared grande. Los botes de pintura desparramados por el suelo y el mezclador de colores creando la identidad de la marca que iban a anunciar.
Las ciudades son un conjunto de barrios; y los barrios intentan mostrar la identidad de sus vecinos de la mejor forma que pueden.
Decidimos parar en una tienda que había visitado la primera vez que vine a Williamsburg hace unos cuatros años, Rought Trade, donde tienen un montón de discos de vinilos y una zona de prueba de Sonos. Esta es posiblemente mi tienda de música favorita del mundo. No he encontrado ningún sitio donde me sienta más cómodo buscando vinilos que en esta tienda.
Algún día os contaré mi relación con la música en formato físico y cómo lo combino con Apple Music.
Una visita obligada en Williamsburg es terminar la tarde viendo la puesta de sol desde Domino Park, al lado del Hudson tocando la arena con las zapatillas.
Eloy aprovechó para hacerme “fotos para Instagram” pero estaba tan metido en ese momento de felicidad sencilla, notando el sol en la cara y pasando el tiempo con una persona que te importa que simplemente no podía quitarme esa sonrisa tonta de la cara. Da igual, porque a veces las mejores fotografías son esas, las que te guardas para ti mismo.
Posiblemente si hubiera llevado la cámara grande no me hubiera sentido tan cómodo, no hubiese hecho tantas fotos y estaría preocupado por los balances de blancos, por la distancia focal y no en “el momento”. Quizás eso es la clave de la fotografía móvil: se ha convertido en algo tan integrado en nuestro día a día, que al no tomarla en serio como tomamos a las cámaras grandes, hace que captemos momentos más reales.
Al final del día me llevé un carrete lleno de momentos divertidos, graffitis y un pollo teriyaki riquísimo.